RESUMEN DE “EL DISCURSO DEL MÉTODO”
-Descartes-
Alejandro
Márquez
PRIMERA PARTE
CONSIDERACIONES QUE ATAÑEN A LAS CIENCIAS
El buen sentido es la cosa mejor
repartida del mundo, pues cada uno piensa estar tan bien provisto de él que aún
aquellos que son más difíciles de contentar en todo lo demás, no acostumbran a
desear más del que tienen.
…la diversidad de nuestras
opiniones no proviene de que unos sean más razonables que otros, sino solamente
de que conducimos nuestros pensamientos por distintas vías y no consideramos
las mismas cosas.
Así, pues, mi propósito no es
enseñar aquí el método que cada cual debe seguir para conducir bien su corazón,
sino solamente mostrar de qué manera he tratado yo de conducir el mío. Los que
se meten a dar preceptos deben estimarse más hábiles que aquellos a quienes los
dan, y si cometen la más pequeña falta se hacen por ella censurables.
Fui
alimentado en las letras desde mi infancia, y, como me aseguraban que por medio
de ellas se podía obtener un conocimiento claro y seguro de todo lo que es útil
para la vida, tenía un deseo extremado de aprenderlas. Pero, tan pronto como
hube acabado el ciclo de estudios a cuyo término se acostumbra a ser recibido en
el rango de los doctos, cambié enteramente de opinión, pues me encontraba
embarazado de tantas dudas y errores que me parecía no haber obtenido otro
provecho, al tratar de instruirme, que el de haber descubierto más y más mi
ignorancia.
No dejaba, empero, de estimar
los ejercicios que se practican en las escuelas. Sabía que las lenguas que en
ellas se aprenden son necesarias para el entendimiento de los libros antiguos;
que la ingeniosidad de las fábulas estimula el espíritu; que las acciones
memorables de la historia lo elevan, y, leídas con discreción, ayudan a
fomentar el juicio…etc.
Estimaba mucho la elocuencia y
estaba prendado de la poesía, pero pensaba que una y otra eran dones del
espíritu más bien que frutos del estudio.
Me
complacían, sobre todo, las matemáticas, a causa de la certeza y evidencia de
sus razones…
Por lo que respecta a las otras
ciencias, por cuanto toman sus principios de la filosofía, juzgaba que no se
podría haber edificado nada sólido sobre cimientos tan poco firmes… y lo que yo
deseaba siempre extremadamente era aprender a distinguir lo verdadero de lo
falso, para ver claro en mis acciones y caminar co seguridad en la vida.
Pero, después de haber empleado
algunos años en estudiar de esta manera en el libro del mundo y en tratar de
adquirir alguna experiencia, un día tomé la resolución de estudiar también en
mi mismo y de emplear todas las fuerzas de mi espíritu en elegir el camino que
debía seguir, lo que conseguí, según creo, mucho mejor que si no me hubiese
alejado nunca de mi país y de mis libros.
SÍNTESIS.
Describe cómo luego de terminar sus estudios, descubre
que tiene más dudas que certezas, aunque valora las ciencias que se enseñan en
la escuela, no logra, por medio de ellas separar lo verdadero de lo falso de
modo de descubrir un método que le permita caminar con seguridad por la vida.
Decide alejarse de su país y de sus libros para estudiarse a sí mismo y
descubrir esas verdades.
SEGUNDA PARTE
PRINCIPALES REGLAS DEL MÉTODO
Estaba yo entonces[1]
en Alemania… disponiendo de un completo vagar para entregarme a mis
pensamientos. Y uno de los primeros, entre ellos, fue el ponerme a considerar
que frecuentemente no hay tanta perfección en las obras compuestas por varias
piezas y hechas por la mano de diversos maestros como en las que han sido
trabajadas por uno solo.
Así, se ve que los edificios
planeados y terminados por un mismo arquitecto son casi siempre más bellos y
mejor ordenados que los que han intentado recomponer varios, aprovechando para
ello viejos muros que habían sido construidos para otros fines.
Y de la misma manera, pensaba
que las ciencias de los libros, al menos aquellas cuyas razones no son más que
probables y que carecen de demostraciones, habiendo sido compuestas y
acrecentadas poco a poco con opiniones de varias personas diferentes, no se
aproximan tanto a la verdad como los simples razonamientos que un hombre solo
puede hacer naturalmente acerca de las cosas que se le ofrezcan.
Verdad es que no vemos derribar
todas las casas de una ciudad con el único fin de reconstruirlas de otra manera
para hacer más bellas las calles; pero sí es frecuente que algunos derriben las
suyas para reedificarlas, viéndose, a veces, incluso, obligados a ello, cuando
están en peligro de caerse por sí mismas y cuando sus cimientos no son muy
firmes. A ejemplo de lo cual me persuadí de que no sería en verdad sensato que
un particular se propusiera reformar un Estado cambiándolo todo en él, desde
los fundamentos y derrocándolo para volverlo a edificar; ni tan siquiera que
intentase reformar el cuerpo de las ciencias o el orden establecido en las
escuelas para enseñarlo; pero, en lo que atañe a las opiniones que había yo
admitido en mi creencia, pensé que no podía hacer cosa mejor que intentar por
una vez suprimirlas todas, a fin de colocar en su lugar, bien otras mejores, o
bien las mismas, una vez ajustadas al nivel de la razón. Y creí firmemente que,
por este medio, lograría conducir mi vida mucho mejor que si no edificaba más
que sobre viejos cimientos y no me apoyaba más que en los principios que me
había dejado inculcar en mi juventud, sin haber examinado nunca si eran
verdaderos.
Mi propósito no se extendió
nunca más allá del intento de reformar mis propios pensamientos y de edificar
en un terreno enteramente mío.
El mundo está compuesto casi
exclusivamente de dos clases de ingenios, a los que no conviene en modo alguno,
a saber: de los que creyéndose más hábiles de lo que son, no pueden evitar el precipitar
sus juicios, ni tienen bastante paciencia para conducir ordenadamente todos sus
pensamientos y los que, poseyendo bastante razón o modestia para comprender que
son menos capaces de distinguir lo verdadero de lo falso que otros, por los
cuales pueden ser instruidos, deben conformarse con seguir las opiniones de
estos otros, más bien que buscarlas mejor por si mismos.
Por lo que a mi toca, hubiera
sido sin duda del número de estos últimos, si no hubiese tenido nunca más que
un solo maestro o no hubiese conocido las diferencias que en todo tiempo existieron
entre las opiniones de los más doctos.
En lugar del gran número de
preceptos de que la lógica está compuesta, creí yo que tendría bastante con los
cuatro siguientes,
Era el primero, no aceptar nunca
cosa como verdadera que no la conociese evidentemente como tal.
El segundo, dividir cada una de
las dificultades que examinase en tantas partes como fuera posible y como se
requiriese para su mejor resolución.
El tercero conducir
ordenadamente mis pensamientos, comenzando por los objetos mas simples y
fáciles de conocer para ascender poco a poco, como por grados, hasta el conocimiento de los
más complejos, suponiendo, incluso, un orden entre los que no se preceden
naturalmente.
Y el último, hacer en todas
partes enumeraciones tan completas y revistas tan generales que estuviese
seguro de no omitir nada.
Esas largas cadenas de razones
tan simples y fáciles de que los geómetras acostumbran a servirse para llegar a
sus más difíciles demostraciones, me habían dado ocasión de imaginarme que
todas las cosas que pueden caer bajo el conocimiento de los hombres se siguen
unas a otras de la misma manera, y que solo con abstenerse de recibir como
verdadero ninguna que no lo sea, y con guardar siempre el orden que menester
para deducirlas unas de otras, no puede haber ninguna tan alejada que
finalmente no se alcance, ni tan oculta que no se descubra. No me costó mucho
trabajo buscar por cuales era necesario comenzar, pues sabía ya que era por las
más simples y fáciles de conocer.
…Lo que más me contentaba de este
método era que con él estaba seguro de usar mi razón en todo, si no
perfectamente, al menos lo mejor que estuviese en mi poder.
…Habiendo
advertido que los principios de todas las ciencias debían ser tomados de la
filosofía, en la que no encontraba todavía ninguno seguro, pensé que, ante
todo, era menester que tratase de establecerlos en ella… creí que no debía
intentar llevarla acabo hasta que no hubiese alcanzado una edad mucho más
madura que la de veintitrés años que entonces tenía.
SÍNTESIS.
Decide examinar los principios que le habían sido
inculcados en su juventud para así descartar los falsos redefiniéndolos y
mantener los verdaderos.
Crea para esto el método basado en cuatro preceptos.
1. No aceptar nunca cosa como verdadera que no la
conociese evidentemente como tal.
2. Dividir cada una de las dificultades que examinase
en tantas partes como fuera posible y como se requiriese para su mejor
resolución.
3. Conducir ordenadamente los pensamientos, comenzando
por los objetos mas simples y fáciles de conocer para ascender poco a poco,
hasta el conocimiento de los más complejos.
4. Hacer en todas partes enumeraciones tan completas y
revistas tan generales que estuviese seguro de no omitir nada.
TERCERA PARTE
ALGUNAS
REGLAS DE MORAL SACADAS DEL MÉTODO.
…para no permanecer irresoluto
en mis acciones mientras la razón me obligaba a serlo en mis juicios, y para no
dejar de vivir en adelante lo más acertadamente que pudiese, me formé una moral
provisional, que no consistía más que en tres o cuatro máximas, de las que
quiero dar cuenta.
La primera, era obedecer a las
leyes y costumbres de mi país, conservando la religión en la que Dios me hizo
la gracia de ser instruido desde mi infancia, y gobernándome en cualquier otra
cosa de acuerdo a las opiniones más moderadas y alejadas del exceso que fuesen
comúnmente practicadas por los hombres más prudentes entre aquellos con quienes
tuviese que vivir; pues, comenzando ya a no tener en cuenta para nada las mías,
puesto que quería volver a someterlas a
todas a examen…
Mi segunda máxima consistía en
ser lo más firme y resuelto que pudiese en mis acciones, y no seguir con menos
constancia las opiniones más dudosas, una vez que me hubiese determinado a
ello, que si hubiesen sido muy seguras…
Esto tuvo
la virtud de liberarme desde entonces de todos los arrepentimientos y
remordimientos que suelen agitar las conciencias de esos espíritus débiles y
vacilantes que se dejan llevar inconstantemente a practicar como buenas las
cosas que luego juzgan malas.
Mi tercera máxima consistía en
tratar de vencerme siempre a mí mismo antes que a la fortuna, en procurar
cambiar mis deseos antes que el orden del mundo, y, en general, en
acostumbrarme a creer que no hay nada que esté enteramente en nuestro poder más
que nuestros propios pensamientos; de modo que, después de haber puesto a
contribución todo nuestro esfuerzo, con respecto a las cosas exteriores, lo que
aún falte para el logro de nuestro propósito ha de considerarse, por lo que a
nosotros toca, como absolutamente imposible… y creo que es en esto,
principalmente, en lo que consiste el secreto de aquellos filósofos que, en
otro tiempo, pudieron sustraerse al imperio de la Fortuna y a pesar de los
dolores y de la pobreza, rivalizar con sus dioses en las posesión de la
felicidad… se persuadían tan perfectamente de que nada estaba en su poder más
que sus propios pensamientos, que esto solo les bastaba para impedirles tener
afección alguna por las demás cosas; y disponían de ellos tan absolutamente,
que tenían alguna razón para estimarse más ricos y poderosos, más libres y
felices, que ninguno de los demás hombres.
Por último, como conclusión de
esta moral, me propuse pasar revista a las diversas ocupaciones que los hombres
tienen en esta vida, para tratar de elegir la mejor, y sin que quiera decir
nada de las de los demás, pensé que no podía hacer nada mejor que continuar en
la que me encontraba, o sea, en dedicar mi vida entera a cultivar mi razón y a
progresar todo lo que pudiese en el conocimiento de la verdad, siguiendo el
método que me había prescripto.
En los nueve años siguientes[2]
no hice otra cosa que rodar de acá para
allá por el mundo, tratando de ser espectador más bien que actor en todas las
comedias que en él se representaban…
SÍNTESIS.
Conforma una moral provisoria para moverse en el mundo
en el tiempo que le tome analizar sus propias ideas compuesta de tres máximas:
- Obedecer las leyes y costumbres de su país, conduciéndose en el
resto de las cosas por las opiniones más moderadas.
- Ser lo más firme y resuelto que pudiese en las acciones, y no
seguir con menos constancia las opiniones más dudosas.
- Tratar de vencerse siempre a sí mismo antes que a la fortuna.
CUARTA PARTE
PRUEBAS DE
LA EXISTENCIA DE
DIOS Y DEL ALMA HUMANA O FUNDAMENTOS DE LA METAFÍSICA
Las primeras meditaciones que
hice, son tan metafísicas y poco comunes, que no serán quizá del gusto de todo
el mundo.
…debía rechazar como
absolutamente falso todo aquello en lo que pudiera imaginar la más pequeña
duda, para ver si después de esto quedaba algo en mis creencias que fuera
enteramente indubitable. Así, fundándome en que los sentidos nos engañan
algunas veces, quise suponer que no había cosa alguna que fuese tal y como
ellos nos la hacen imaginar. Me resolví a fingir que nada de lo que entonces
había entrado en mi mente era más verdadero que las ilusiones de mis sueños.
Pero inmediatamente después caí en cuenta de que, mientras de esta manera
intentaba pensar que todo era falso, era absolutamente necesario que yo, que lo
pensaba, fuese algo; y advirtiendo que esta verdad: pienso, luego existo, era tan firme y segura… pensé que podía
aceptarla sin escrúpulos como el primer principio de la filosofía que andaba
buscando.
…Conocí por esto que yo era una
sustancia cuya completa esencia o naturaleza consiste solo en pensar, y que
para existir no tiene necesidad de ningún lugar ni dependencia de ninguna cosa
material; de modo que este yo, es decir, el alma, por la que soy lo que soy, es
enteramente distinta del cuerpo, y hasta más fácil de conocer que él, y aunque
él no existiese, ella no dejaría de ser todo lo que es.
A continuación, reflexionando en
este hecho de que yo dudaba, y en que, por consiguiente, mi ser no era
enteramente perfecto, puesto que veía claramente más perfección en conocer que
en dudar, quise indagar de dónde había aprendido yo a pensar en algo más
perfecto que yo mismo, y conocí con evidencia que tenía que ser de alguna
naturaleza que, en efecto, fuese más perfecta. Tenerla de la nada (…la idea de un ser más perfecto que el
mío…) era manifiestamente imposible. De modo que no quedaba sino que
hubiese sido puesta en mi por una naturaleza verdaderamente más perfecta que
yo, e incluso que reuniese en sí todas las perfecciones de que yo pudiese tener
alguna idea; es decir, para explicarme en una sola palabra, que fuese Dios.
…con respecto a todas las cosas
cuya idea encontraba en mí, estaba seguro de que ninguna de las que implicaban
imperfección pertenecía a Dios; y, en cambio, estaban en él todas las demás;
así, veía que la duda, la inconstancia, la tristeza y cosas semejantes no
podían estar en él, puesto que yo mismo, me hubiese considerado mejor viéndome
libre de ellas.
Empero, el que haya muchos que
consideren difícil conocerlo, y hasta conocer lo que es su alma, se debe a que
nunca elevan su espíritu por encima de las cosas sensibles, y a que están de
tal manera acostumbrados a no pensar nada sino imaginándolo, que todo lo que no
es imaginable les parece que no es inteligible.
En fin, si todavía hay hombres
que no estén bastante persuadidos de la existencia de Dios y del alma por las
razones que he expuesto, quiero que sepan que todas las demás cosas de que se
creen quizá más seguros, como de tener un cuerpo, y de que hay astros y una
tierra y cosas semejantes, son menos ciertas; pues, aunque de estas cosas se tenga una seguridad moral,
tal que parezca no poderse dudar de ellas….mientas se duerme, puede uno
imaginarse de la misma manera que tiene otro cuerpo y que ve otros astros y
otra tierra, sin que haya nada de ello. Pues ¿de dónde se sabe que los
pensamientos que sobrevienen en el sueño son más falsos que los demás, siendo
así que con frecuencia no son menos vivos y expresos?
SÍNTESIS.
En este capítulo Descartes comienza por dudar de todos
los datos entregados por los sentidos y de todos los datos grabados en su
memoria. Mientras piensa esto comprende que él mismo que es quien está pensando
todo esto, necesariamente debe ser algo. Llega así a su primera máxima:
“pienso, luego existo”.
Este pensar es la naturaleza misma del alma humana y
es de una naturaleza absolutamente distinta a la del cuerpo y existiría aunque
el cuerpo no existiera.
Continúa su razonamiento al darse cuenta que en este
pensar duda y que debió haber aprendido a pensar en algo más perfecto que él
mismo o sea Dios.
QUINTA PARTE
ORDEN DE
CUESTIONES EN FÍSICA
Mucho me agradaría continuar
mostrando aquí la cadena completa de las demás verdades que de estas primeras
deduje, pero como para eso necesitaría hablar ahora de varias cuestiones que
están en discusión entre los doctos, con los que no deseo malquistarme, creo
que será mejor que me abstenga de ello y que diga solamente en término
generales cuáles fueron aquellas…
…advertí ciertas leyes que Dios
ha establecido de tal manera en la Naturaleza, y de las cuales imprimió en
nuestra alma tales nociones, que después de haber reflexionado sobre ellas
suficientemente no podríamos dudar de que se cumplan con exactitud en todo lo
que hay o acontece en el mundo.
Después,
considerando la consecuencia de estas leyes, me parece haber descubierto varias
verdades más útiles e importantes que todo lo que anteriormente había aprendido
o incluso esperado aprender. Pero como las principales he intentado explicarlas
en un tratado[3]
que ciertas consideraciones me impiden publicar, creo que la mejor manera de
darlas a conocer será decir aquí sumariamente lo que ese tratado contiene.
Me propuse comprender en él todo
lo que yo creía saber. Asimismo, para sombrear un poco todas estas cosas y
poder decir más libremente lo que pensaba de ellas, sin verme obligado a
refutar o a seguir las opiniones recibidas entre los doctos, decidí abandonar a
sus disputas todo este mundo real y hablar solamente de lo que ocurriría en uno
nuevo, si Dios crease ahora en algún lugar de los espacios imaginarios materia
bastante para componerlo, y agitase de diferentes modos y sin orden las
diversas partes de esa materia, de suerte que formase con ella un caos tan
confuso como puedan fingirlo los poetas. Hice ver a demás, cuales eran las
leyes de la Naturaleza… Después de esto mostré cómo, a consecuencia de estas
leyes, la mayor parte de la materia de aquel caos debía disponerse y
ordenarse de una manera que la hiciese
semejante a nuestros cielos, y cómo algunas de sus partes debían componer una tierra; otras planetas y
cometas y otras un sol y estrellas fijas.
Agregué también algunas cosas
referentes a la sustancia, situación, movimientos y demás cualidades de estos
cielos y astros, de tal forma que pensaba decir de ellos lo bastante para hacer
conocer que no se observa nada en este mundo que no debiese parecer semejante
en lo que se mostraba en los del mundo que yo describía.
También,
entre otras cosas, por no conocer yo nada en el mundo que produjese luz más que
el fuego, me apliqué a hacer comprender claramente todo lo que pertenece a su
naturaleza: cómo se forma, cómo se alimenta, cómo a veces no tiene más que
calor sin luz y otras luz sin calor;
cómo puede consumirlo casi todo y convertirlo en cenizas y en humo; cómo, en
fin, de estas cenizas, por la simple violencia de su acción, forma el vidrio
(pues, pareciéndome esta transmutación de las cenizas en vidrio admirable como
ninguna otra en la naturaleza, tuve un placer especial en describirla).
No quería yo, sin embargo,
inferir de todas estas cosas que el mundo haya sido creado de la manera que yo
proponía, pues es mucho más verosímil que Dios lo hiciese desde un principio
tal y como debe ser.
De la
descripción de los cuerpos inanimados y de las plantas pasé a la de los
animales, y en particular a la de los hombres[4].
Pero como no tenía todavía bastantes conocimientos para hablar de estas cosas
en el miso estilo que de las demás, es decir, demostrando sus efectos por sus
causas y haciendo ver de qué semillas y por qué medios debe producirlas la
Naturaleza, me contenté con suponer que Dios había formado el cuerpo de un
hombre enteramente semejante a uno de los nuestros, y que no había puesto en él
al principio ningún alma racional, ni tampoco cosa alguna que pudiera servirle
de alma vegetativa o sensitiva, sino que había excitado en su corazón uno de
esos fuegos sin luz que antes había explicado.
El movimiento que acabo de
explicar (el de la circulación de la
sangre) [5]
se sigue de la disposición misma de los órganos que a simple vista puede
observarse en el corazón, del calor que puede percibirse en él, incluso al
tacto y de la naturaleza de la sangre.
Todas estas cosas las había
explicado yo en el tratado que, como dije, tenía intención de publicar.
Mostraba en el a continuación cómo debe ser la fabrica de los nervios y de los
músculos del cuerpo humano para permitir que los espíritus humanos tengan
fuerza para mover sus miembros desde dentro de aquellos; que cambios deben
producirse en el cerebro para producir la vigilia, el sueño y los ensueños;
como la luz, los sonidos, los olores, los sabores, el calor, y las demás
cualidades de los objetos exteriores, pueden imprimir en él diversas ideas por
mediación de los sentidos, dónde estas
ideas son recibidas, la memoria que las conserva, etc.
Después de esto, había descrito
yo el alma razonable y hecho ver que no puede ser sacada en modo alguno de la
potencia de la materia, como las otras cosas de que había hablado, sino que
debe ser expresamente creada.
No hay nada que aleje tanto a los espíritus
débiles del recto camino de la virtud como el imaginar que el alma de las
bestias es de la misma naturaleza que la nuestra y que por consiguiente, nada
tenemos que temer ni que esperar después de esta vida, exactamente como las
moscas y las hormigas; en cambio, cuando se sabe cuan grandes son sus
diferencias, se comprenden mucho mejor las razones que prueban que la nuestra
es de una naturaleza enteramente diferente del cuerpo, y que, consecuentemente,
no está sujeta a morir con él; además, al no ver otras causas que puedan
destruirla, se siente uno naturalmente inclinado a juzgar por ello que es
inmortal.
SÍNTESIS
Hay ciertas leyes establecidas por Dios en la
Naturaleza e impresas en el alma humana de tal modo que no podrían dejar de
cumplirse en todo lo que existe.
Todo lo que se sigue de estas leyes lo escribe en un
Tratado que no publica para no tener problemas con la creencia aceptada de la
época (la Iglesia
Católica había quemado a Galileo Galilei pocos años antes)
En el Tratado explica, que si en un mundo imaginario
Dios dispusiese la materia del modo más desordenado y se aplicaran las mismas
leyes se terminarían formando los cielos y la tierra y planetas y cometas, etc.
Explica también, en el tratado, el funcionamiento de
los cuerpos animado e inanimados, de las plantas, de los animales y,
finalmente, de los cuerpos de los hombres.
En este capítulo del Método, solo se dedica a enumerar
estas cuestiones sin profundizar en ellas.
SEXTA PARTE
COSAS
REQUERIDAS PARA PROSEGUIR EN LA
INVESTIGACIÓN DE LA NATURALEZA
Tan pronto como estuve en
posesión de algunas nociones generales referentes a la física y, al comenzar a experimentarlas
en diversas dificultades particulares, advertí hasta dónde podían conducir y
cuan diferentes eran de los principios que hasta ahora habían servido en esta
clase de estudios, creí que no podía mantenerlas ocultas sin pecar grandemente
contra la ley que nos obliga a procurar el bien general de todos los hombres en
cuanto esté en nuestro poder; porque ellas me aseguraron de que es posible
llegar a conocimientos muy útiles para la vida, y que, en lugar de esa
filosofía especulativa que se enseña en las escuelas, puede encontrarse una
práctica, por la cual, conociendo la fuerza y las acciones del fuego, del agua,
del aire, de los astros, de los cielos y de los demás cuerpos que nos rodean,
tan distintamente como conocemos los diversos oficios de nuestros artesanos,
podríamos emplearlos de manera semejante en todos los usos para los que son
apropiados, y convertirnos así en dueños y señores de la Naturaleza.
…teniendo el propósito de
emplear toda mi vida en la investigación de una ciencia tan necesaria, y
habiendo encontrado un camino que, a mi parecer, conduce infaliblemente a ella
si se le sigue, a no ser que lo impidan la brevedad de la vida o lo defectuoso
de la experiencia que es menester realizar, juzgué que no había mejor remedio
contra estos dos impedimentos que comunicar fielmente al público lo poco que yo
hubiese encontrado, e invitar a los claros ingenios a tratar de seguir
adelante, contribuyendo, cada uno según su inclinación o su poder, a las
experiencias que hubiera necesidad de hacer, y comunicando también al público
todo lo que descubriesen, a fin de que, comenzando los últimos donde los
precedentes hubieran terminado, y uniendo así las vidas y los trabajos de
muchos, avanzásemos todos juntos mucho más de lo que cada uno en particular
podría hacerlo.
…primeramente, traté de
encontrar en general los principios o primeras causas de todo lo que hay o
puede haber en el mundo, sin considerar para este efecto ninguna otra cosa que
a Dios solo, que lo ha creado, ni sacarlo de otra parte que de ciertas semillas
de verdades que existen naturalmente en nuestras almas. Después de esto examiné
cuáles eran los primero y más ordinarios efectos que podían deducirse de estas
causas… Después, repasando mentalmente todos los objetos que alguna vez se
hubiesen presentado a mis sentidos, me atrevo a decir que no encontré cosa
alguna que no pudiese explicar bastante cómodamente con los principios que
había adoptado.
…En cuanto a la utilidad que los
demás recibirían de mis pensamientos, no podría ser muy grande, puesto que
todavía no los he llevado tan adelante que no sea menester agregar a ellos
muchas cosas antes de aplicarlos al uso. Y creo poder decir, sin vanidad, que
si hay alguien que sea capaz de ello, debo ser yo más bien que otro cualquiera.
Aunque he explicado
frecuentemente algunas de mis opiniones a personas de muy claro entendimiento,
y aunque mientras les hablaba parecían entenderlas muy distintamente, sin
embargo, cuando las repetían, casi siempre observaba que las cambiaban de tal
manera que ya no podía reconocerlas como mías… No me sorprenden en manera
alguna las extravagancias que se atribuyen a todos estos antiguos filósofos
cuyos escritos no poseemos, ni juzgo por ello que sus pensamientos hayan sido
muy irrazonables, puesto que figuraban entre los talentos más esclarecidos de
su tiempo, sino que pienso solamente que se nos han transmitido falseados. Así,
vemos también que casi nunca han sido superados por ninguno de sus seguidores…
no contentos con saber todo lo que en sus autores está inteligiblemente
explicado, quieren encontrar en él además la solución de muchas dificultades de
las que no dice nada y en las que quizá no pensó jamás.
…Si hay en el mundo alguna obra
que no pueda ser tan bien acabada por nadie como por el mismo que la comenzó,
es esta en la que yo trabajo.
…Todas estas consideraciones
unidas fueron la causa, hace tres años, de que no quisiera divulgar el tratado
que tenía entre manos[6].
Pero, después, tuve dos nuevas razones que me obligaron a incluir aquí algunos
ensayos particulares y a dar al público algunas cuentas de mis acciones y
propósitos
Pensé, pues, que me sería fácil
escoger algunas materias que, sin estar muy
sujetas a controversia, ni obligarme a declarar acerca de mis principios
más de lo que deseo, no dejasen de hacer ver bastante claramente lo que puedo o
lo que no puedo en las ciencias.
SÍNTESIS
Al aplicar el método al conocimiento del
fuego, del agua, del aire, de los astros,
de los cielos y de los demás cuerpos que nos rodean podríamos emplearlos en
todos los usos para los que son apropiados, y convertirnos así en dueños y
señores de la Naturaleza.
Primero analiza las causas de todos los fenómenos que
nos rodean (que aunque no las explica en el Discurso del Método, comenta que
están contenidas en un Tratado no publicado), luego examina los efectos que
pueden deducirse de estas causas.
Explica posteriormente las causas por las cuales
decide no publicar el Tratado del cual incluye en este libro algunas
consideraciones sin llegar a chocar con las ideas establecidas en la época.
SÍNTESIS
DEL LIBRO
Luego de finalizar sus estudios académicos Descartes
se da cuenta que tiene más dudas que certezas.
Decide, entonces, analizar todos sus conocimientos,
conservando los correctos y descartando los falsos. Para esto elabora un método
que consta de las siguientes cuatro reglas:
1. No aceptar nunca cosa como
verdadera que no la conociese evidentemente como tal.
2. Dividir cada una de las
dificultades que examinase en tantas partes como fuera posible y como se requiriese para su mejor
resolución.
3. Conducir ordenadamente los
pensamientos, comenzando por los objetos mas simples y fáciles de conocer para
ascender poco a poco, hasta el conocimiento de los más complejos.
4. Hacer en todas partes
enumeraciones tan completas y revistas tan generales que estuviese seguro de no
omitir nada.
Mientras se ocupa de este trabajo se elabora una moral
provisional para moverse en el mundo, que está compuesta a su vez por tres
máximas:
- Obedecer las leyes y costumbres de su país, conduciéndose en el
resto de las cosas por las opiniones más moderadas.
- Ser lo más firme y resuelto que pudiese en las acciones, y no
seguir con menos constancia las opiniones más dudosas.
- Tratar de vencerse siempre a sí mismo antes que a la fortuna.
En el Capítulo Cuarto explica su primer
descubrimiento. Al comenzar a dudar de todos los datos entregados tanto por los
sentidos como por la memoria.
Mientras en su pensamiento va dudando de todos los
conceptos que le habían sido inculcados se da cuenta que, él mismo que está
dudando debe ser algo y enuncia “pienso, luego existo”. La naturaleza misma del
alma humana es este pensar que, existiría aunque el cuerpo no existiera, esto
lo lleva a la conclusión de la existencia indubitable del alma.
Luego, explica, que en su pensar hay, sin embargo,
duda y que él puede pensar en algo más perfecto que él mismo que sería la
certeza absoluta y como este pensamiento no puede surgir de algo imperfecto
debe, por lo tanto, provenir de algo más perfecto que el alma humana, es decir,
Dios.
Afirma así, en este capitulo, la existencia del alma
humana y de Dios.
Posteriormente explica que existen leyes impresas por
Dios en el alma humana y en todo lo que existe, que no pueden dejar de
cumplirse y que, si en un mundo imaginario, Dios dispusiese la materia del modo
más desordenado, por el solo hecho de cumplirse estas leyes se terminarían
formando los planetas, los cielos, los cometas, etc. tal cual como los
conocemos.
Finalmente, en el último capítulo,
afirma que si se aplicaran los conocimientos, que él ha descubierto en su
trabajo, al estudio de la naturaleza, el hombre se convertiría en amo y señor
de ésta.
Todos los conocimientos que dice
obtener, están apenas esbozados en “El Discurso del Método” y están contenidos en profundidad en “El
Traité du Monde ou la Lumiére
(1634)”, (donde entre otras cosas reconoce el movimiento de la Tierra ) que no publica ya que generaría la
oposición de la
Iglesia Católica que, recordemos, había quemado a Galileo
Galilei en 1633.
[1] Invierno de 1619 a 1620
[2] 1620- 1629
[3] El Traité
du Monde ou la Lumiére
(1634), donde admite el movimiento de la Tierra. En 1633 fue condenado Galileo
[5] Nota: hace una extensa descripción de la
conformación del corazón, aurículas, ventrículos, venas y arterias y de la
circulación de la sangre.
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